8 sept 2014

Mi perrita se creía una niña, una bebé, y es que así la tratamos desde el primer momento en que la conocimos. Recuerdo que era tan pequeña que me asustaba sostenerla en los brazos por temor a ir a lastimar su frágil y delicado cuerpo. Los cachorritos suelen llorar cuando llegan a una casa nueva, pero ella estaba feliz, supongo que sintió el gran amor con el que la recibimos.
La acogimos en nuestro hogar como otro miembro de la familia, con el mismo amor que tratamos a nuestras otras mascotas, pero con la pequeña excepción de que ella era la chiple, por ser la más pequeña y tierna. 
No hay nada que se compare a la alegría con la que un perro recibe a su amo cada vez que lo ve llegar, en el caso de ella, corría a pedir brazos y siempre quería lamer toda tu cara. Quienes la conocieron y no son parte de mi familia, solían decir que no era una Chihuahua cualquiera, debido a que no ladraba ni era tan enojona como la mayoría de esa raza. Pero es que mi perrita no sabía
que era una mascota, porque realmente no lo era. 
Siempre fue muy aventada, (literalmente) porque se subía a todas partes a pesar de su pequeño tamaño, se la pasaba lanzándose de las escaleras, de los sillones y hasta una vez que la subí a mi bicicleta se aventó. Era muy gracioso ver a un ser tan pequeño subir a objetos y lugares tan altos, pero supongo que para ella nada era lo suficientemente imposible. 
Desde las primeras horas del día tenía una energía envidiable, todo el día jugando y corriendo como si no hubiera un mañana, pero eso sí, pasadas de las 9 de la noche ya no podía ni con su alma y era difícil despertarla, se agotaba la batería y debía dormir toda la noche para recargar; además de que era muy tragona, estoy segura que si por ella fuera, todo el día comía. Se juntaba tanto con mis gatos que cuando me veía comer algo que se le antojaba ponía unos ojitos bien manipuladores y tiernos (así como mis gatos cuando quieren algo) aprendió de ser un gato nada más lo que le convenía.
Es muy difícil decir adiós a un ser que tenía tanto por vivir, a un ser al que se estaba acostumbrado y sobre todo se le amaba tanto. La ley de la vida que nadie puede evadir ni negar es que tarde o temprano lo que empieza debe terminar. Para mi vida de humano fue muy poco el tiempo que mi pequeñita estuvo a mi lado, a mi me hubiera gustado tenerla muchos más años conmigo, pero estoy segura que para su vida de perro, el tiempo que vivió fue muy feliz y lo disfrutó mucho. Y aunque dejó mucho dolor con su partida, la recordaremos con mucho amor por toda la alegría que trajo a nuestro hogar.